Perros sin cola, ahonda en profundidad y representa cinematográfica una infancia marcada por contextos de abandono y ahora en su adolescencia, está siendo obligada a comportarse como una adulta. Rosario es una joven que constantemente se encuentra en situaciones que transgreden su vulnerabilidad, la inexistencia de un núcleo familiar que la proteja. Por lo que, a muy temprana edad, Rosario se ve forzada a cuidarse de sí misma y buscar su propia alimentación y productos de primera necesidad. Una joven que busca afectos, motivaciones y su propia identidad (incluida la sexual).
La protagonista anhela seguir estudiando y tiene la necesidad de vestir el uniforme del liceo, pero frente a la indiferencia que presenta la madre por estudiar, Rosario termina sacando las pocas monedas de su casa y que están en un ekeko, una figura que representa culturalmente la abundancia. Este hecho si bien puede tratarse de un gesto menor, lo cierto es que termina por declarar un desmoronamiento que reclamara para sí un lugar de tensión.
La joven se refugia en el hip hop y en Jonathan, un joven vendedor ambulante y a quien ayuda a juntar dinero para el matrimonio de su hermana Jenny, que en realidad es su amor platónico. El día del casamiento los excesos provocan una catarsis colectiva, pero la protagonista no es capaz de generar un vuelco en su historia familiar.
Ambientada en los paisajes desérticos de la ciudad de Antofagasta, en un sector en donde las viviendas son deplorables, débiles ante sismos e incendios, y en donde notoriamente abunda la marginalidad social, la explotación laboral, falta de oportunidades y que refuerza la idea de que se vive por displicencia.