Columna de Opinión ¿Quién merece un monumento?

Nuestros consensos sociales determinan que existen los espacios privados y públicos. Los espacios privados (por ejemplo un mall) son gestionados desde la lógica de la propiedad, por una persona o un grupo especifico.

Por otro lado, existe el espacio público que está gestionado por el Estado (por ejemplo, una plaza) y que estaría regido por otro tipo de lógicas, donde la noción de propiedad sería de interés de un grupo más amplio, un país, una ciudad, etc.

Pero no sólo hay binarismos en nuestra realidad actual, afortunadamente, también existe lo que se llama “lo común”, que no es la propiedad privada, ni la gestión del Estado por sobre los espacios. En ese sentido y en base a los sucesos ocurridos alrededor de la escultura de Baquedano en la plaza de la Dignidad (ex plaza Italia), cabe preguntarse ¿en qué medida podemos generar espacios comunes en las ciudades?

Esto quiere decir, que los espacios que tienen un alto valor simbólico, puedan ser re-significados gracias al uso que le dan las y los ciudadanos. Nuestra tarea sería entonces la de elaborar herramientas donde podamos deliberar y gestionar el sentido de esos lugares y construir un momento en que las nuevas necesidades de representación de las imágenes y objetos simbólicos de la ciudad nos puedan dar un sentimiento de “pertenencia”, por ejemplo, que los barrios puedan decidir sobre sus espacios simbólicos.

Es decir, lo comunitario por sobre lo privado o estatal. Esto podría ayudar a su gestión, sostenibilidad, y fertilización cultural. En este sentido, repensar las lógicas patrimonialistas desde una perspectiva feminista nos puede ayudar a co-crear las ciudades desde una perspectiva inclusiva donde aquello que conmemoramos con una escultura o un monumento, sea parte de las luchas por la defensa de la vida y sus ciclos, y no la conmemoración de la muerte sin sentido.

Es tiempo de dar cabida a otras formas de crear espacios. Esto nos permitirá pensar cuestiones tales como: los nombres que usamos para señalar las calles, qué espacios seguros hay para que las mujeres que crían o en qué lugares instalaremos los objetos que utilizaremos para conmemorar, y ojalá ir des-monumentalizando la ciudad.

Esto no quiere decir que vayamos a borrar la historia ni los monumentos, sino que con evaluar cómo queremos que los espacios sean de pertenencia de quienes los usan, a quienes queremos recordar, quienes son los héroes y heroínas que merecen un pedestal, y si es posible que algunos hitos puedan ser modificados, tengan incluso fecha de caducidad.

Los monumentos comunes podrían ser más efímeros, podrían ser procesos colectivos que pongan la defensa por la vida delante y permitan habitar nuestros lugares como espacios de libertad.

 

Dra. Paulina E. Varas

Investigadora

Universidad Andrés Bello

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